A veces, cuando siento tu ausencia,

me gustaría ser caracola.

Adentrarme en el abismo de mi vacío

y envolverme en nubes blancas.

Desaparecer.

Que ni tú ni nadie sepáis de mi dulzura estancada.

Juntos allá adentro,

sólo yo y tu recuerdo.

Cuando tus miedos pierdan consistencia

y sus barreras estén doblegadas por el sueño,

me deslizaré entre tus pestañas

para acurrucarme bajo tus párpados.

Allí me quedaré, quieta,

para que nadie sepa que mis ojos

miran a través de ti.

Has regado tus labios con agua de razón

porque de tu alma florecían palabras

que inundaban tu boca de felicidad.

¿Es que no sabes que la flor

que nace en tu alma

necesita agua del manantial del sentir

y si las inundas de pensamientos

ahogas en sus raíces el matiz?

Si permites que me marche

pacta primero con el olvido

borrar las letras de mi nombre,

y hacer pedazos mis caricias

en el abismo de la razón,

arrojar mis besos al frío

y enterrar mi calidez

en un horizonte sin miradas.

No podrás regresar;

el recuerdo colgará tu sombra,

y mi entrega será una brisa constante

que te persiga en las noches inacabadas.